lunes, 14 de noviembre de 2022

Palabras del Presidente Gustavo Petro en el Instituto de Estudios Políticos de París

 

Palabras del Presidente Gustavo Petro en el Instituto de Estudios Políticos de París

París, 9 de noviembre de 2022

Quiero agradecerles a todas y todos ustedes su presencia aquí, como estudiantes de la universidad.

Siempre en la vida del ser humano regresar a una universidad y hablar allí, pensar allí, reflexionar allí, es gratificante. Siempre. (Ver Video)

A nuestra Decana de la Escuela de Asuntos Internacionales de Paris, Arancha González; al Vicedecano de la Escuela de Asuntos Internacionales, Mark Maloney, y a nuestra Vicepresidenta de Sciences Po, Vanessa (Scherrer) y a todos ustedes, un saludo desde Colombia.

Estoy en una fase que algunos seres humanos viven, difícil, que es aplicar ideas desde un gobierno, en un mundo donde propiamente las alternativas políticas, en cierta forma, han dejado de existir. Donde se ha acostumbrado los gobiernos, el liderazgo político, a construir un discurso homogéneo –un pensamiento único, le llaman– y donde las perspectivas de critica han disminuido, y, por tanto, las posibilidades de construcción diferentes al del poder dominante.

En cierta forma, quienes hemos integrado las izquierdas, porque hay que ponerlas en plural, gobernamos lo que hemos criticado, el capitalismo. Somos gobernantes del capitalismo y en una época profundamente difícil.

Y eso genera una serie de paradojas, de tensiones políticas, de contradicciones incluso, que ahora a mí me toca asumir, como navegar en un río turbulento.

Acabo de venir de la COP 27; yo estuve aquí en la COP 15.

Cuando vine a la COP 15 esperaba ver un millón de personas movilizadas, en París lo que había era un estado de sitio. Y para mí fue paradójico, porque yo venía de luchar con las armas contra un estado de sitio de 25 años en Colombia.

Y París para nosotros era el referente democrático, progresista. Y entonces llegar supuestamente a la Cumbre del Clima, donde se iban a tomar decisiones profundas sobre el cambio del sistema, pensamos nosotros, y encontrar una ciudad bajo estado de sitio, pues fue en cierta forma sintomático de lo estaba pasando y de lo que está pasando en este momento.

En Colombia introduje en la política colombiana, en el debate público, desde hace unos diez años, el tema del cambio climático. Lo hice eje de mi actividad como Alcalde de la capital, la ciudad de Bogotá, y lo retomé ahora en esta campaña, en las dos campañas presidenciales, en la que fracasé en el año 18, y ahora.

Y he asistido, y vengo de ahí, a la COP 27, ese número ha variado tanto que se han realizado 22 COPs, reuniones de gobiernos en el entretanto.

Y estamos en una situación peor. Si uno hace el balance entre la 15 y la 27, la situación hoy es peor. Tan peor que ya ni el Presidente de China, ni el Presidente de Estados Unidos, ni los presidentes que tienen países que son los que más contaminan la atmosfera, en términos de emisiones de CO2, y que tienen las posibilidades de desencadenar los mecanismos financieros para adaptarnos o para mitigar a escala global, asisten. No fueron.

Se ha convertido más en un escenario técnico. Cuando los técnicos reemplazan los políticos y las políticas, eso se llama tecnocracia. Es decir, la COP ha pasado a ser una instancia tecnocrática y no política, y la tecnocracia termina siendo siempre conservadora; las medidas que salen de allí son conservadoras.

Incluso de una manera casi que aberrante, porque, escuchando diversos presidentes y personas en los paneles en los que asistí en estos dos días –los trabajos continúan–, casi que el discurso se ha vuelto automático. Es un discurso automático en donde se repite la terminología que se ha desarrollado con la crisis climática, sin salidas. Hay una retórica permanente y un escape hacia las salidas concretas.

El Secretario de la Organización de Naciones Unidas –espero que no haya problemas por hablar en español, para quienes no hablen el idioma–, el Secretario General de las Naciones Unidas dijo a los países –la mayoría en desarrollo–, allí presentes, que el mecanismo realmente expedito para construir la adaptación a la crisis climática –como adaptación se entiende no la solución de la crisis climática, sino la manera cómo nos organizamos para resistirla en el tiempo–, que es un mecanismo de financiación que implica cambios en la organización territorial de la sociedad, de sus infraestructuras, de su producción, pues tenían como camino viable no tanto el aporte de los países más desarrollados, que nunca ha existido en realidad –es mínimo, son limosnas–, sino el camino del endeudamiento.

Y planteando un país en desarrollo hoy, cuando las tasas de interés han crecido en todo el mundo, cuando el virus ha dejado economías enclenques y sobre endeudadas, que el camino de la solución de la llamada adaptación a la crisis climática es la deuda, pues es una burla.

Muchos de allí obviamente protestaron. Pero ese ya es el tono de lo que estamos viviendo, porque la crisis climática no es un episodio transitorio, digamos frágil, leve, para la historia de la humanidad.

Si la ciencia está en lo cierto –y no tenemos una razón más que creerle a la ciencia –si es que aún somos racionales, si es que aún queremos que el siglo XXI sea un siglo de la razón y no de la sinrazón–, entonces la ciencia lo que nos está diciendo es que la crisis climática tiene un potencial de extinción de la vida en el planeta, incluida la humana.

No estamos ante cualquier problema; estamos ante el peor problema de la humanidad.

Esa crisis climática necesita análisis académico en realidad. No solamente desde el punto de vista de las ciencias exactas, sino desde el punto de vista de las ciencias humanas, recogiendo ese concepto que tanto criticó (Michel) Foucault.

Es más, necesita un análisis desde la economía política. Lo he intentado –la campaña electoral me lo impidió–, escribir un libro al respecto, no lo encuentro en las librerías que he recorrido. No se ha escrito al parecer mucho sobre el tema.

Ustedes pueden encontrar análisis de periodistas sobre la crisis climática, pueden encontrar análisis pues, de biólogos, de climatólogos, de geólogos, etcétera, que son los que le mostraron al mundo su existencia.

Pero desde el punto de vista de la economía, por ejemplo, no la encuentran.

Y la crisis climática es un problema económico. Generado por la economía y con efectos sobre la economía.

El generador de la crisis climática es la economía.

Y entonces es desde la teoría económica desde donde deberíamos ver análisis y respuestas.

Y no.

Y no básicamente porque en el pensamiento dominante económico, que se alejó del todo de la economía clásica, la crisis climática es como una piedra que cae en un estanque.

Voy a tratar de no alargarme, pero tiendo a hablar bastante. Porque el paradigma que está detrás de la teoría económica dominante del mundo, la que impera en Francia y la que impera en Colombia y en los Estados Unidos y en el Japón, es básicamente el eco, el recuerdo, la profundización, incluso matemática, de un modelo económico que creó un señor llamado León Walras, suizo, que se le llama la teoría del bienestar general y que, básicamente consiste, demostrado matemáticamente, que, si se deja actuar el mercado libremente, se maximiza la utilidad.

Para hacer la demostración matemática –y la economía siempre recurre a la matemática como su legitimación científica, falsa–, entonces tienes que hacer unas funciones continuas que puede expresar perfectamente, buscar tangentes. La tangente, recuerden ustedes que, en el cálculo, nos permite la maximización, si la derivada es igual a cero. Matemáticas, nadie duda de las matemáticas. Entonces cuando se hace un modelo así, nadie duda de su conclusión.

Si el mercado actúa libremente, se maximiza la utilidad.

La utilidad se transforma en bienestar. Y el bienestar individual se transforma en bienestar general.

Entonces se puede decir, como se dice hoy –ese es el neoliberalismo–, el bienestar general de las sociedades se maximiza si el mercado actúa libremente.

Bajo eso llevamos décadas de práctica, pero el resultado actual no es que se maximizó el bienestar de las sociedades, sino que estamos a punto de extinguirnos.

Entonces el paradigma se derrumba.

La teoría de Walras hoy, ante la práctica misma de la extinción, termina demostrando que era simplemente un planteamiento ideológico y no una ciencia.

Sin embargo, la teoría económica que domina el mundo es esa. Todo el arquetipo, todo el instrumental de medios económicos que usan los gobiernos, está cimentado en este paradigma, que te dice que, si los mercados actúan libremente, se maximiza la utilidad.

Y estamos es ante una crisis integral de la existencia humana.

Luego desde esa economía no podían salir mayores respuestas. Algún intento hizo un premio Nobel, (William) Nordhaus y otros, tratando de mirar la crisis climática como una externalidad en el mercado, tratando de introducirla entonces para que el mercado la corrigiera, y el resultado que les da, teórico, es poner una tasa carbón, es decir, elevar los precios en la medida en que el producto sea más contaminante en la atmósfera, a través de emisiones CO2. Y pensar entonces que, bajo ese mecanismo, automáticamente el mercado corregiría la asignación de recursos de tal manera que, dejaríamos de emitir CO2.

Eso, escrito en un libro antes del covid-19, no tiene aplicación práctica ni siquiera en el día de hoy, siendo una teoría neoliberal.

Desde la economía política, el asunto se vuelve más complejo, porque si uno vuelve a leer la economía política del siglo XIX, pero le pone matemáticas, sus autores fundamentales pues no conocieron, ni conocían; aunque sí pudieron, si hubiera existido un diálogo entre economía política y física, que no lo hubo en el siglo XIX, porque los físicos ya habían descubierto el mecanismo, ya sabían que el CO2 calentaba el planeta y ya sabían que se emitía cada vez más CO2.

Ese simple diálogo hubiera hecho un descubrimiento muy prematuro en la humanidad, pero muy interesante. No ocurrió y, en la economía política, si la miramos desde hoy, lo que encontraríamos es que, esas leyes que descubrieron aquellos economistas, Ricardo, Smith y Marx, fundamentalmente, aplicadas hoy, miradas hoy, explican la crisis climática. Porque ya ellos habían encontrado un proceso de acumulación de capital permanente y ampliada. Así le decían.

Ya habían descubierto a través de sus conceptos alrededor del valor y no del precio y cómo podían ir surgiendo el plusvalor, que el mismo capital desencadenaba un mecanismo de amplitud, un mecanismo ampliado de manera permanente que, como un huracán, iba llegando a todos los rincones de la tierra y la existencia humana, simplemente porque el capital busca ganancia.

Ellos no llegaron a la atmósfera. Pero nosotros ahora sí podemos ligar el análisis con el análisis químico de la atmósfera, y encontrar que la acumulación ampliada de CO2 en la atmósfera, es decir el cambio químico de la atmósfera, no es más sino el reflejo de la acumulación del capital en la economía.

Claro, de esa idea surge una acción bastante radical. Porque no se podría superar la crisis climática sino superando la acumulación de capital.

O, en otras palabras, no podríamos garantizar la vida en el planeta, incluida la humana, sino superando la acumulación del capital. Es decir, superando el capital.

Lo cual nos pone a pensar en términos de finales del siglo XIX o como pensaba la gente al principio del siglo XX.

Claro, la historia no se repite. Las respuestas que entonces se están dando desde el mundo de la política en el mundo, esto que se llaman las COPs, que es donde se pueden resumir muchas de estas propuestas, tenemos esa oportunidad de condensarlas en unos instantes del tiempo y en un lugar geográfico, cada vez más alejado de la humanidad.

Porque el lugar de donde vengo es un conjunto de balnearios sin pueblo, perdido en el desierto, allá en el mar Rojo, en frente de Arabia Saudita, donde la humanidad no puede llegar si no es en avión.

Que es una demostración de cómo se están tomando las decisiones. Son decisiones sin humanidad. Son decisiones tecnocráticas que no consultan, por ejemplo, este hecho: si la crisis climática es el producto de una acumulación del capital y está en lo intrínseco del capital el que se produzca, pues las soluciones no pueden ser tecnocráticas. Las soluciones tendrían que ser eminentemente políticas, en el sentido real y completo de la palabra política.

Cuando estamos en estas instancias de la COP, entonces, se percibe el mundo de tensión que existe. Es decir, el político hace como el avestruz, no habla de esto; habla de la crisis climática sin conectarla con la causa, trata de ocultar la causa. Las causas se van evaporando en las conferencias internacionales, porque las causas tienen que ver con el mercado y el capital.

Y los políticos lo que están es gobernando el mercado y el capital, o intentando una gobernanza con el mercado y con el capital.

Yo diría que es al revés. Es el mercado y el capital es el que está gobernando a los políticos.

Entonces ¿cómo podría haber decisiones allí que pudieran ayudar a solucionar la crisis de existencia humana en este momento?

Yo la verdad no creo que se puedan producir allí.

Mientras tanto, aumentan las tensiones. Si la crisis climática es ampliada, es un mecanismo ampliado, permanentemente ampliado, tal como el capital en la economía, es su reflejo, pues la ciencia lo que nos dice es que cada vez viviremos peor.

Y lo hemos sentido. Aquí hay un sobreviviente de la Covid que lo conozco, casi mueres. Yo también fui sobreviviente de la Covid, y cuántos no sobrevivieron, cuántas no sobrevivieron. Sociedades que salen prácticamente y literalmente de la muerte.

Y no acaba de pasar esa crisis, llamémosla así; esa crisis de salud, aún sin conocer más causas del virus, que también podrían estar ligadas a la crisis climática. Porque la aparición de cada vez mayores virus tiene que ver con cambios en los ciclos de la vida.

Y los efectos invisibles son peores que los visibles.

La sequía tiene efectos, la inundación tiene efectos, el alza del mar tiene efectos, los huracanes cada vez más fuertes tienen efectos, pero lo peor está en lo invisible.

Y es que el comportamiento y las rutas de partículas infinitesimales para nosotros, cambia con el calor y pone en contacto cosas que antes no se ponían en contacto produciendo ya no efectos benéficos y positivos, sino mortales.

Si la extinción de humanidad se produce se produce es por el efecto de los virus.

Y este mecanismo que se ha desencadenado va teniendo unos efectos en la vida política que yo creo es lo importante aquí recoger.

El análisis científico de la crisis climática debe ir aparejado a un análisis político de la crisis climática, igual que debería tener igual un análisis económico de la crisis climática.

¿Qué se está produciendo en las sociedades en el mundo de hoy?

Si hay sociedades que se van quedando sin agua, o que van pasando a mayores niveles de enfermedad y por tanto de mortalidad; si hay sociedades que empiezan a quedarse sin sus condiciones materiales de existencia, porque se los va destruyendo la crisis climática, qué sucederá en la política.

La idea de progreso que teníamos hace unas décadas era la idea de la modernidad. Siempre vamos a progresar; la política, la sociedad y la economía tienen que tener como objetivo progresar, el progreso; ser más ricos, vivir mejor. Bajo diversas palabras expresó esto en los discursos políticos. Incluso matemáticamente la función de producción era fundamental, porque todo número elevado a una potencia positiva, pues te da infinito.

Las matemáticas nos muestran el infinito. Y si la economía recoge esa matemática, la economía recoge el progreso infinito.

Hegel le llamaba a eso la mala infinitud. Porque, obviamente, en el planeta no puede haber un progreso infinito si se mide en cosas.

Si la idea del progreso es el producto interno bruto o la acumulación de capital, que se expresa en acumulación de bienes y servicios, pues esa acumulación vista infinitamente no es sostenible con la tierra.

Y esto, que era el fundamento de la idea de progreso, hoy ha muerto. Hoy sabemos que cada vez vivimos peor.

Cualquiera que viva en cualquier sociedad, en el mundo de estos días, sabe que su futuro, si le ha puesto cuidado a lo que significa la crisis climática, no es el que va a vivir mejor; es que va a vivir peor.

Y si lo extendemos a nuestros hijos, la siguiente generación o a la siguiente, se entiende porque muchos jóvenes del hoy no quieren tener hijos. Es que la idea de progreso revirtió en su contrario.

Los tiempos, que no podría llamar modernos, bueno, estos son temas de palabras, los tiempos contemporáneos ya no se basan en una idea de progreso como hace unas décadas.

Como la izquierda defendía o como la derecha defendía, antes.

Hoy la realidad es que tenemos es una idea de decadencia y degradación hacia adelante si no somos capaces de superar la crisis climática. Y si no somos entonces capaces entonces de superar sus causas. Y superar sus causas tiene que ver con esta idea de progreso infinito.

Es decir, nuestra idea de riqueza tendría que cambiar fundamentalmente.

No una riqueza concebida en acumular y en tener, sino una riqueza concebida en el existir.

Y esto, pues nos demanda una nueva sociedad, una nueva economía, una nueva política, otro estilo de poder, o de sin poder; otro tipo de racionamiento que no se está haciendo en el mundo actual.

En la COP 27 dije, ahí delante pues de los presidentes con los que me tocó hablar, que vamos con los ojos abiertos al suicidio. Vamos con los ojos abiertos al suicidio.

Si uno lo mira, digamos, con alguna simpleza, la solución es dejar de consumir petróleo, carbón y gas. Digámosle esto a Colombia a ver qué nos dice; digámosle a Venezuela a ver qué nos dice; digámoselo a los países árabes a ver qué nos dice por el lado de la producción; digámoselo a los Estados Unidos que consumen 60 y nosotros 3 veces más, generan más emisiones de CO2 que expresa la desigualdad social del mundo.

La desigualdad social del mundo la podemos medir a través del coeficiente Gini en dólares. Pero también la podemos medir en CO2.

Una nueva contabilidad sería muy interesante implementar de manera generalizada, que ya no es el dólar o el euro, sino el equivalente a CO2 por gramos o por toneladas. Porque la desigualdad social es una desigualada en emisiones de CO2.

Son más ricos, emiten más CO2. Somos más pobres, emitimos menos CO2. Todos somos la consecuencia.

Entonces, una solución tendría que ver con que allá los ricos, emitan menos CO2.

Estaríamos hablando de igualdad, una palabra muy querida por Francia, pero que habría que practicar porque la igualdad en términos de reducir en emisiones de CO2, pues no somos nosotros los que tenemos que reducir –nosotros hablo de quienes habitamos en países que llaman en desarrollo–, sino que son las capas más ricas de la humanidad las que tendrían que dejar de emitir.

Y entonces esto pone el tema en términos políticos. Es decir, que tendríamos que ser más iguales.

Un tecnócrata dirá; No, Petro. Estás equivocado, porque si esas riquezas que producen sin emitir CO2, es decir, cambiamos la tecnología se pueden mantener los estándares de vida tal cual los conocemos hoy. Simplemente que cambiamos el chip tecnológico y, en vez de consumir petróleo, carbón y gas, entonces vamos a usar energía nuclear, agua, viento y sol; y, si no queremos la nuclear, agua, viento y sol.

O, como decía un economista muy importante, (Nicholas) Georgescu-Roegen, que nunca se ganó un premio Nobel –los premios Nobel se los ganan siempre los neoliberales en economía–, Georgescu era un disidente soviético, en Rumania. Era rumano, se escapó de allá, fue a parar a Nueva York y allá también se convirtió en disidente.

Pero hizo unos libros precursores de esto, él intentó vincular la física, las leyes de la termodinámica en la economía y encontró pues –siempre que se vincula la física con la economía o la filosofía con la economía estallan los paradigmas–, encontró el que simplemente la economía es un acelerador de la segunda ley de la termodinámica.

 

Es decir, que vamos hacia el frío, hacia el frío universal.

 

Pero esto, cambiar el chip tecnológico por energías limpias, que es en lo que estamos andando muy marginalmente, olvida una tesis fundamental de la economía política del siglo XIX, que –vuelvo a insistir–, hay que volver a leer.

 

Allí, el cambio tecnológico se concibió como un cambio también de relaciones de producción. O antes o después, pero había una interrelación entre tecnología y relaciones sociales de producción.

 

Relaciones sociales de producción era un concepto clásico olvidado por la izquierda completamente que lo que expresa es cómo se organizan los seres humanos para producir.

 

Cómo se relacionan los seres humanos para producir.

 

Y el capitalismo entonces se definía como una relación entre seres humanos entre cosas, sino entre seres humanos, uno de los cuales compraba de otros su fuerza de trabajo al cambio de un trabajo.

Ese es el capitalismo.

Hoy podemos ver capitalismo por todos lados, porque la relación es una gente que es asalariada y alquila su fuerza de trabajo cada vez menos muscular, cada vez más cerebral, y otros que la compran.

Y ese es el mundo de hoy; no ha cambiado. Es decir, esas relaciones sociales siguen vigentes.

Pero ¿qué pasa con la tecnología de las energías limpias y de la economía descarbonizadas si quisiéramos dar ese paso y salvarnos del problema fundamental de la humanidad hoy que es la catástrofe climática y, por tanto, de la existencia?

Esas nuevas tecnologías, el capital quiere ponerlas a sus servicios como si no pasará nada. Pero el capital no cambia las tecnologías si no aumenta la rentabilidad.

Si la tecnología disminuye la rentabilidad no la mete. Y si las tecnologías limpias –llamémoslas así– descarbonizadas, no incrementan la rentabilidad en términos del alemán, de la economía política, no aumentan la explotación, no se usan.

Y entonces, ustedes van viendo la reticencia –porque estos cálculos se hacen individualmente–, van viendo la reticencia a usar tecnologías limpias.

Lo que pasa es que no aumenta la rentabilidad. Están a la espera de que sí, pero nada.

Europea occidental depende del gas porque las energías limpias no son más rentables que el gas.

El hidrógeno verde famoso es muchísimo más caro que el gas y, por tanto, Europa Occidental prefirió depender del gas. Es un criterio de rentabilidad, no un error técnico ni político. Y al meterse allí a depender del gas está pasando lo que está pasando, están en las guerras de la economía fósil.

La guerra de Ucrania, la invasión a Ucrania o como se quiera llamar, dependiendo de las posiciones políticas que hay al respecto, es una guerra más de la economía fósil, que es el gas.

Los que hoy hablan alrededor de este tema, no hablaron cuando la invasión de Irak, cuando la invasión de Siria o cuando la invasión de Libia, y también eran guerras de la economía fósil.

Todo el siglo XXI ha estado plagado de guerras producidas por la economía fósil.

Pues es la reticencia a pasar a energías limpias, simplemente porque no son más rentables.

Y entonces el capital empieza a chocar con la humanidad, porque la humanidad obviamente quiere salvarse. La humanidad no está pensando en términos de rentabilidad sino en términos de la descarbonización, lo más rápidamente, posible de la economía. Pero, el capital no descarboniza porque no es más rentable.

La tensión política indudablemente se dispara.

El mundo que vamos a vivir es un mundo de tensiones políticas.

Lo que vamos a observar en Europa es que millones de personas del África, cada vez van a llegar más y más y más. Y que millones de Suramérica y Centroamérica van a ir hacia el norte más y más y más.

Cualquiera que vea el tapón del Darién sabrá de lo que le estoy hablando.

Y en el norte las ideas de autodefensa, de xenofobia, van a crecer más y más y más, al punto que estimularán, a través del voto, el que se pongan los muros, se disparen las ametralladoras y se construyan los campos de concentración.

Desde un punto de vista negativo, nos acercamos a un 1933, pero a escala global.

Desde un punto de vista positivo –y terminó aquí porque vamos a abrir las preguntas–, la incapacidad del liderazgo político mundial de dirigir la transición y superar el problema, que es hoy plenamente demostrado, obliga a que aparezca un nuevo sujeto político en esta historia de estos días, que no puede ser otro que la humanidad misma.

La capacidad de articulación de la humanidad misma para suplir la incapacidad del liderazgo político tradicional e imponer una transición que va contra el capital y su rentabilidad.

Dejo ahí y abrimos las preguntas.

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