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| OCTUBRE DE 2011 | UNIVERSIDAD CENTRAL | COLOMBIA
Lo mirado | FOTOGRAFÍAS DE DANIEL FAJARDO B.
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Martha Cecilia Herrera** y Vladimir Olaya***
El artículo aborda el arte callejero y los modos en que éste configura formas de la memoria y agenciamientos políticos
en las culturas visuales contemporáneas, a partir de dos interrogantes: ¿cómo posibilitan las expresiones y estéticas
del arte callejero la reconstrucción de memorias?, y ¿de qué manera estas expresiones artísticas agencian formas de
lo político? Para responderlos se analizan intervenciones de arte callejero en San Francisco, Nueva York y Bogotá.
El trabajo es un avance sobre el rastreo de diversas expresiones culturales y sus formas de movilización de la memoria en entornos urbanos, y se inscribe en una investigación más amplia sobre memorias de la violencia política.
20/09/2011}
ACEPTADO:
27/07/2011 ·
RECIBIDO:
TATTOOED CITIES: STREET ART,
POLITICS AND VISUAL MEMORIES
{ORIGINAL
CIUDADES TATUADAS: ARTE CALLEJERO,
POLÍTICA Y MEMORIAS VISUALES*
Palabras clave: arte callejero, cultura visual, memoria visual, grafiti, políticas de la memoria.
O artigo trata da arte de rua e os modos em que este configura formas da memória e agenciamentos políticos nas
culturas visuais contemporâneas a partir de dois questionamentos: Como possibilitam as expressões e estéticas da
arte de rua a reconstrução de memórias? De que maneira estas expressões artísticas agenciam formas do político?
Para responder estas questões se analisam intervenções da arte de rua em São Francisco, Nova York e Bogotá.
O trabalho é um avanço sobre o rastreamento de diversas expressões culturais e suas formas de mobilização da
memória no entorno urbano, e faz parte de uma ampla investigação sobre as memórias da violência política.
Palavras-chave: arte de rua, cultura visual, memória visual, grafite, políticas da memória.
The article analyzes the street art and the ways in which it configures memory forms and political agency in contemporary visual cultures through two questions: How do the expressions and street art aesthetics make possible
the memory reconstruction? And, how do these artistic expressions bring about forms of politics? Forms of street art
interventions in New York, San Francisco and Bogotá are analyzed to give an answer. The article is a first step of a
tracking about diverse cultural expressions and their forms of memory activation in urban environments as part of
a broader research about memories of political violence.
* Este texto es un avance del proyecto “Memorias de la violencia y formación ético-política en jóvenes y maestros”, del grupo de investigación Educación y Cultura Política (grupo A1 en Colciencias). Está financiado por el Centro de Investigaciones de la Universidad
Pedagógica Nacional (CIUP), para las vigencias 2011 y 2012. En el proyecto se busca indagar sobre memorias de la violencia política y su
incidencia en la configuración de visiones del mundo, de pautas de subjetivación y de aprendizajes ético-políticos en diversos escenarios
de formación y socialización.
** Socióloga y Magister en Historia. Doctora en Filosofía e Historia de la Educación, profesora titular de la Universidad Pedagógica
Nacional, directora del grupo de investigación en Educación y Cultura Política. E-mail: malaquita10@gmail.com
nomadas@ucentral.edu.co · Págs. 99~116
Key words: street art, visual culture, visual memory, graffiti, policies of the memory.
*** Licenciado en Lingüistica y Literatura. Magíster en Educación. Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. Miembro del grupo
de investigación Educación y Cultura Política. E-mail: vlado2380@gmail.com
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El grafiti es el arte por antonomasia de la ciudad
contemporánea, una forma artística que transforma los
muros de la ciudad en receptáculos de sorprendentes
metamorfosis formales. Es el arte de la palpitación urbana.
Josep Catalá
U
na de las marcas de las culturas visuales en las
ciudades contemporáneas está constituida por
las imágenes destiladas por el arte urbano, callejero o street art, dentro de las cuales las del grafiti y
sus diversas variantes son de las más significativas. En
el arte callejero se entremezclan multiplicidad de aspectos que han llevado a complejizar el grafiti, o por
lo menos, a darle nuevos giros, tanto en sus posibilidades técnicas como en sus formas de expresión estética y
de mediación comunicativa. Algunos se refieren a estas
intervenciones como posgrafiti, para aludir a un modo
de expresión artística que pone en juego diversas técnicas y materiales que incluyen desde plantillas, pósteres,
pegatinas, murales, entre otros, posicionando, al mismo tiempo, una nueva retórica de los muros, “marcada
con el signo de los nuevos movimientos sociales, por los
nuevos lenguajes y expresiones juveniles puestos en la
trama urbana” (Corneta, 2011).
luego detenerse en varias intervenciones urbanas en las
ciudades de Nueva York, San Francisco y Bogotá, y las
características de los lugares en las que estas acciones
tienen lugar. Por último, nos referimos específicamente a algunas de estas expresiones para sondear las maneras de configuración de memorias y agenciamientos
políticos, con respecto al orden social y a los entornos
urbanos. Así mismo, se hacen varias reflexiones sobre la
temática investigada y sus horizontes de dilucidación, a
modo de conclusión.
ARTE CALLEJERO Y REGÍMENES VISUALES
El género es tan difícil de definir como las reglas que
se aplican. Podría entenderse como una reinterpretación del retrato, el surrealismo o el pop art, pero con una
narrativa que surge de los mundos visuales creados en
las ciudades donde la política es menos discutida y más
gritada. En todo caso, podría definirse como un arte que
tiene un sentido del humor visual psicodélico. No hay
estética común para el street art, es más una actitud de
irreverencia, de democracia y de libertad (Dorta, 2011).
Escribir es intervenir el silencio, el espacio, el tiempo,
los otros y el sí mismo. Escribir es salirse de la individualidad para ir hacia los otros, afectarlos en sus rutinas
diarias, en sus cotidianidades y en sus modos de ser y
estar en el mundo. Escribir es pensar, pensarse, traer a
la memoria la propia experiencia vivida y colocarla frente a los otros. Es un acto en el cual se integra la singularidad en la pluralidad, y se dejan entrever las apuestas
políticas y existenciales. Es en estos términos que queremos hablar del arte callejero, no como un ejercicio de
la positividad o de la racionalidad moderna, que nos enseñó a diluir las tramas de los sujetos en los fenómenos
estructurales, sino como una apuesta por ver el revés de
la vista y de lo visto: por dejar emerger en el estudio de
las expresiones artísticas, las huellas de cómo se configuran las subjetividades y se presienten en éstas los rastros del mundo social, así como las maneras en que los
individuos proceden, bajo los rasgos de la sensibilidad
y la afección característicos de la experiencia estética,
para resignificar el orden social y situarse e interactuar
en el entorno urbano.
En este orden de ideas, nos proponemos hacer un
abordaje en torno a cómo algunos trabajos de arte callejero instituyen memorias y agenciamientos políticos.
El artículo se inscribe en una investigación más amplia
sobre memorias de la violencia política, y hace parte del
rastreo de diversas expresiones culturales y sus formas
de movilización de la memoria en los entornos urbanos. El texto inicia con un acercamiento sobre el arte
callejero y los regímenes visuales contemporáneos, en
un siguiente apartado se hace un acercamiento a la relación entre el arte callejero, la política y la memoria, para
El trabajo del artista callejero se despliega en las rutinas de lo social a través de múltiples modalidades, y coloca en tensión diferentes aspectos, dentro de los cuales
alcanzamos a vislumbrar por lo menos dos: uno, referente a la manera como el arte callejero aparece en el
entramado urbano y subvierte los órdenes discursivos
sobre el espacio público, esto es, mientras las expresiones ponen en cuestión el espacio de lo público, constituyen preguntas acerca de la forma en que el espacio
social delimita lo que conoce como lo privado, pues al
instalarse en esa línea delgada de la pared, del muro,
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MARTHA CECILIA HERRERA Y VLADIMIR OLAYA | CIUDADES TATUADAS: ARTE CALLEJERO, POLÍTICA Y MEMORIAS VISUALES
genera discusiones acerca de dónde empieza lo público y dónde termina lo privado. La segunda tensión está
pautada por las posibilidades que demarcan los lugares
en los cuales se localizan las producciones de los artistas
callejeros; las estéticas producidas por estos sujetos ponen en cuestión la manera en que ha sido comprendida la ciudad, sus formas, sus recorridos, su instalación,
su arquitectura, pues sus lenguajes hablan de la posibilidad que tienen los sujetos de moldear, transformar
y aparecer en la ciudad, ejerciendo su derecho a ésta,
buscando su reconocimiento y generando discursos que
provienen de diversos modos de entender su estancia, y
de constituir diversas prácticas sociales, las cuales, comprendemos, son las que resignifican y constituyen los
espacios. En este sentido, fracturan el orden y la lógica
en que ha sido construida la ciudad, su orden civilizatorio y sus formas de gobierno.
El arte callejero instituye una racionalidad que va más
allá de una producción inmóvil para emerger como devenir, desplegando “una estética destilada directamente
de los ritmos urbanos y un personaje que no se dedica a contemplar a distancia el bullicio ciudadano, como
hacían antaño el dandi, el flaneur o algunos artistas de
vanguardia, sino que está dispuesto a actuar sobre esas
sensaciones, materializándolas mediante sus formas”
(Catalá, 2005). Es una expresión que deja ver lo que
otros ven, y al tiempo, invisibilizan, disputando los sentidos hegemónicos presentes en los regímenes de visualidad contemporáneos, instalándose a manera de un
“ruido secreto” que incomoda lo estatuido: “Lo artístico
irrumpe en el espacio de la significancia desbaratando
todo régimen estable, para mostrar que la producción
de sentido es proceso sujeto a una economía transformacional inagotable” (Brea, 1996: 14).
Las imágenes cinceladas por el arte callejero dejan de
ser tan sólo elaboraciones surgidas del ejercicio creativo
de un artista o sujeto aislado, ya que al ser tatuadas en
la fisionomía de la ciudad, modifican los espacios. En
este sentido, sus propuestas son en sí mismas acontecimientos tanto por lo que le añaden a la ciudad, como
por su posibilidad configurativa (Bal, 2010). Por esto, se
torna relevante comprender “el entramado del discurso
semiótico por el que cada obra contribuye a estructurar
el entorno cultural y social en el cual está localizada”
(Guasch, 2003: 12).
Las obras anidan en estas diversas formas de lenguaje,
e involucran múltiples sentidos, contenedores de historia, de simbolismos pertenecientes a una época, a una
sociedad y a unos sujetos concretos. Como afirma Brea
(2005), las imágenes, entre éstas las del arte callejero,
son actos de ver complejos:
[...] que resultan de la cristalización y amalgama de
un espeso trenzado de operadores (textuales, mentales, imaginarios, sensoriales, mnemónicos, mediáticos,
técnicos, burocráticos, institucionales…) y un no menos espeso trenzado de intereses de representación en
liza: intereses de raza, género, clase, diferencia cultural, grupos de creencias o afinidades, etcétera (9).
Cuando se habla del arte callejero y sus configuraciones, es preciso aunar la presencia del transeúnte en la
urbe, del caminante que significa los espacios y las intervenciones artísticas, de acuerdo con sus propios recorridos y con lo que sus ojos pueden ver, situándose en
una posición de tensión en esta trama. Imágenes y viajeros habitan la ciudad en un orden diferente al de los
urbanistas y arquitectos, que operan como agentes del
statu quo, dotando de nuevas retóricas a la espacialidad
y la visualidad en las ciudades contemporáneas. Las figuras caminantes, delineadas por imágenes y viajeros,
bullen de manera oblicua y sinuosa, trastocando los sentidos de lo establecido:
[...] su andar no sabría cómo detenerse dentro de un
marco, ni el sentido de sus movimientos circunscribirse
dentro de un texto. Su trashumancia retórica arrastra
y desvía los sentidos propios analíticos y aglomerados
del urbanismo; es un vagabundeo de la semántica, producido por masas que desvanecen la ciudad en ciertas
de sus regiones, la exageran en otras, la dislocan, fragmentan y apartan de su orden no obstante inmóvil (De
Certeau, 2000: 155).
LO POLÍTICO Y LA MEMORIA
EN EL ARTE CALLEJERO
De acuerdo con lo anterior, entendemos que algunas
construcciones estéticas movilizan formas de lo político si comprendemos éstas, por una parte, como formas
del pensamiento; es decir, los lenguajes, las construcciones simbólicas son el resultado de una reflexión ante
el presente que nace de la experiencia vivida, significa-
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da, ahora presentada a través de lo metafórico. Ésta, la
construcción estético-política, es en tanto permite ver
la otredad y la singularidad, sin que ello, la singularidad,
desconozca lo generalizable. Esta otredad, en términos
de Bal (2010), es la que posibilita el antagonismo, la disputa, el desacuerdo, la conflictividad, el extrañamiento
y, por tanto, el espacio de lo político. En ese mismo sentido, Mouffe (2007a) expresa:
[...] concibo “lo político” como la dimensión de antagonismo que considero constitutiva de las sociedades
humanas, mientras que entiendo “la política” como el
conjunto de prácticas e instituciones a través de las
cuales se crea un determinado orden, organizando la
coexistencia humana en el contexto de la conflictividad
derivada de lo político (16).
Desde esta perspectiva, los trabajos estéticos, entendidos como políticos, consienten la constitución de juicio,
pues son “lugares donde las sentencias de la justicia y los
actos de controversia democrática —aun en silencio, en
la forma de pensamiento y deliberación— no sólo son
permitidos sino activamente habilitados” (Bal, 2010: 10).
Es en este sentido, la obra, en este caso particular el
arte callejero, al instalarse en las rutinas de la cotidianidad, al intervenir, al constituirse en agencia, se convierte en poseedora de una cualidad política, en tanto
constituye espacios que permiten la expresión de un
otro oculto, en muchos casos anónimo, que evidencia
su extrañamiento frente a la otredad, colocándose fuera
de la vida, pues pareciera extrañarse ante ésta, pero a su
vez, desde el interior de la vida, configurando sentidos
que llaman a observar la vida desde fuera de ésta. Es
decir, la obra pone en contacto y en calidad de observador, al transeúnte, en torno a su propia vida, y, a su vez,
coadyuva a la tentativa de acercamiento a otros/as vidas. Se constituye, así, la construcción estética más allá
de una transmisión de significados, más como imágenes
que evocan y connotan.
Sentado esto, la pregunta es: ¿qué relación se puede
platear entre la obra, en este caso el arte callejero, la política y la memoria? Las obras de arte, en términos amplios y aquellas que gozan de una potencialidad política,
sobre todo en nuestros contextos, son las que permiten
la comprensión de otras temporalidades, son aquellas
que coadyuvan al encuentro entre el pasado, el presen-
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te y el futuro, en tanto la temporalidad, el recuerdo y su
narrativización son dadores de sentido, tanto a los sujetos individuales como a los colectivos. Así, permiten las
expresiones estéticas, no solamente la evidencia de una
información, sino la construcción de espacios dialógicos a través de la edificación de modos, formas y estilos
que activan y acercan la intervención sobre la vida y las
percepciones de otros individuos en su trasegar por el
tiempo y su historicidad. Develan, entonces, las obras,
al plantearse en contextos específicos, otros posibles pasados, presentes y futuros, e instituyen nuevos relatos
que cuestionan el orden social presente.
Desde esta concepción, la memoria, como parte de
la obra estética, juega un papel preponderante, pues
las elaboraciones estéticas, como constructos simbólicos, cuestionan el presente y, a su vez, visibilizan la
manera en que las memorias de los hechos de lo social, “se imprimen en los cuerpos, en los objetos, en
los lugares” (Cortés, 2011: 7). De la misma forma, las
imágenes coadyuvan a la elaboración de la percepción
del mundo seleccionando lo visible y e igualmente lo
recordable. En esta medida, las obras, en tanto conformación política, devienen de una dación de sentido
de lo vivido, de lo recordado, del presente, inaugurando, a su vez, horizontes de sentido en cuya elaboración se construye una gramática, y en su visibilización,
se inventa lo pensable; lo posibilitan y coadyuvan a
la elaboración de otras imágenes, conduciendo a un
dialogismo permanente. Con lo anterior, enunciamos
que la obra recurre a fragmentos de la experiencia del
tiempo, los cuales son ensamblados de diferentes maneras, y permiten un cuestionamiento a la realidad
más allá de las presencias en interacción con el pasado
y el futuro (Cortés, 2011).
En la obra, entonces, no se trata de traer o recuperar
los hechos del pasado, pero éste sirve como marco de
sentido que dice quiénes somos, que habla acerca de lo
vivido, lo que coadyuva, en su relación con el presente,
a la generación de nuevas configuraciones estéticas. Lo
que se recuerda, entonces, no es solamente un evento, es el marco de interpretación cultural que permite
renovar las visiones del presente, las cuales se “manifiestan en actuaciones y expresiones que, antes que representar el pasado lo incorporan performativamente”
(Jelin, 2001: 37).
MARTHA CECILIA HERRERA Y VLADIMIR OLAYA | CIUDADES TATUADAS: ARTE CALLEJERO, POLÍTICA Y MEMORIAS VISUALES
GRAFFITI, HALL OF FAME COMO UNO
DE LOS LUGARES DE ENUNCIACIÓN
DEL ARTE CALLEJERO EN NUEVA YORK
Nueva York y Filadelfia se consideran urbes en las cuales el grafiti contemporáneo tuvo sus primeras manifestaciones en las décadas de los sesenta y setenta, como
parte de la expresión de jóvenes pertenecientes a barrios
con influencia afroamericana y latina (en especial puertorriqueña), quienes encontraron a través de éste formas
de visibilización y afirmación en el espacio público. En
este contexto, la cultura hip hop se convirtió en el movimiento cultural y artístico de protesta más importante
para las comunidades latinoamericanas y afroamericanas que viven en los Estados Unidos. En éste se ligan
expresiones como la música (el rap), la danza (breakdance) y el grafiti. En dichas construcciones se anudan
diversas mezclas e influencias de diversas culturas. Así,
por ejemplo, en la música se ve la incidencia sobre todo
afroamericana en expresiones como el soul, el funk y el
blues, además de ritmos caribeños, lo cual devela, por
una parte, la forma en que los individuos traen a colación, en sus expresiones estéticas, las raíces de su trasegar histórico o la influencia de sus antecesores, pero
a su vez develan la apropiación de diversos constructos
culturales en los nuevos territorios, reflejo, quizás, de lo
que son las ciudades contemporáneas: una red de flujos
e intersecciones culturales, económicas y políticas.
En el entramado del hip hop, el grafiti tiene una fuerte
relevancia. Estas construcciones simbólicas revelan en
sus inicios una serie de firmas (tags), que sin ser desligadas de la escena musical, pugnan por la reafirmación
de los sujetos y los territorios, lo cual “comporta una
forma de integración social, en la medida que permite
a los individuos salir de la soledad dolorosa, a la vez que
peligrosa, que entrañan las ciudades modernas masificadas y enfermas, siendo así un grito y reivindicación de
existencia que permite la afirmación de la presencia del
individuo” (Riout, 1985: 15). En este sentido, la firma se
convierte en la forma en que se expresa el dejarse ver,
en medio de sociedades que hacen anónimos a los sujetos. El grafiti se transforma, entonces, en un puente que
permite, desde los estadios de lo subalterno, la elaboración de modos identitarios y la construcción de imaginarios sobre sí mismo que recogen las formas de vida y
de interacción social en la cuales se ha vivido.
Ahora bien, dichas firmas, en medio de la escena del
hip hop, son fijadas por el movimiento. El colorido de
éstas, su textura, tridimensionalidad, sus formas cambiantes, aprisionadas, aglomeradas, su movimiento impreso en muchas de las ocasiones en los vagones del
metro y los muros que delimitan la vía del tren, hablan
de su fuerza, densidad y velocidad, que a su vez nos dejan ver el momento y el contexto en el cual surgen.
Uno de sus representantes más importantes es Africa
Bambaataa (Kevin Donovan), a quien se le atribuye la
nominación de cultura hip hop para el conjunto de estas expresiones (grafiti, música, danza, DJ). Este artista
proviene de un entorno popular en el Bronx en Nueva
York en el que, al igual que muchos de los pioneros del
hip hop, afrontaba situaciones de pandillas y de drogas,
así como de marginación y discriminación social a la
que ciertos grupos étnicos eran sometidos en los Estados Unidos, llegando a participar en iniciativas de orden
cultural, asociadas con el grafiti y la música rap, como
una búsqueda de afirmación identitaria.
Africa Bambaataa (Kevin Donovan) y otros pioneros
de su época se convirtieron en activistas que buscaron
posicionar en el escenario público el hip hop, tratando
de que su legado fuese retomado por las nuevas generaciones de jóvenes, lo cual condujo, entre otros aspectos, a la constitución de lugares memorialísticos. Uno
de estos sitios se encuentra localizado en la zona este de
Harlem, en el barrio latino, en la ciudad de Nueva York,
y en torno a éste haremos algunas consideraciones.
Este espacio se denomina Graffiti Hall of Fame, y fue
fundado por el activista Ray Rodríguez (“Sting Ray”)
hacia 1980, con el fin de que los grafiteros desplegasen
su trabajo, dando a conocer la cultura hip hop en sus diferentes expresiones. Se encuentra localizado en 106th
Street and Park Avenue, dentro del complejo educacional Jackie Robinson, lo cual enfatiza su propósito pedagógico en el marco social. En sus comienzos era un
espacio exclusivo de reputados artistas provenientes
de cinco distritos de la ciudad (Manhattan, Brooklyn,
Queens, The Bronx y Staten Island). No obstante, a medida que el tiempo pasó y el estilo de grafiti hip hop se
expandió alrededor del mundo, el lugar se convirtió en
meca de los mejores escritores de grafiti de talla nacional e internacional, que acuden a este sitio con la expectativa de dejar allí sus huellas y morder, de alguna
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manera, la gran manzana neoyorquina, uno de los emblemas de la sociedad estadounidense y de su imaginario de prestigio y bienestar social.
En Graffiti Hall of Fame se hacen jornadas en las cuales al tiempo que los grafiteros despliegan sus aerosoles, sus plantillas y demás materiales, los DJ montan
sus equipos de sonido, sus tornamesas, y se dedican a
acompañar el tatuaje de los muros con los diferentes
ritmos del hip hop, mientras algunos/as jóvenes danzan
bajo cadencias que hablan el lenguaje de las urbes, de
sus expectativas en medio de los suburbios.
Así, el espacio se constituye en lugar de una práctica
social que transforma la forma como éste se evidencia,
y las significaciones de las imágenes allí plasmadas no
provienen solamente de catarsis expresivas, éstas vehiculizan las luchas por la memoria y el reconocimiento
que, en este caso, tienen su asidero en el sentido que
se le otorga al espacio. Son estas expresiones cinceladas
en la textura del concreto, lugares del encuentro, de la
semejanza y la diferencia, de la identidad y la otredad,
de la individualidad y la colectividad, pues al hacer presencia bajo la marca de la fugacidad, buscan cómplices
con los cuales constituir colectividad, pero al tiempo, se
insinúa la posibilidad de la diferencia.
SAN FRANCISCO Y LAS HUELLAS
DEL MURALISMO EN EL BARRIO MISSION
La ciudad de San Francisco en California es uno de los
lugares en los que el arte callejero y sus expresiones a
través de grafitis y murales ha tenido amplia trayectoria,
visibilizando las huellas culturales de los grupos que la
han poblado, signando con sus memorias los imaginarios que transeúntes y moradores elaboran en torno a
ésta. El barrio más representativo es Mission, situado
en la zona centro-este de la ciudad, y asentamiento inicial de ésta, territorio en el cual los colonos españoles
fundaron la Mission de San Francisco y en la que diversos grupos hispanos tuvieron y continúan teniendo
arraigo importante. “El barrio es un hervidero de movimientos sociales que luchan por la integración y los
derechos de los latinos en EE. UU.” (Nadal, 2011: s/p).
“Mordiente y provocativo, el muralismo callejero de
Mission mezcla la herencia de la escuela mexicana que
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lideró Diego Rivera con multitud de aditivos más: surrealismo, punk, dibujos animados, la tradición grafitera”
(Pastor, 2011 s/p). Allí se concentran más de ochenta murales en una área aproximada de ochco cuadras, los cuales son expresión de afirmación y resistencia de grupos
y colectivos de artistas que desde mediados de los años
setenta, manifiestan su protesta por la violación de los
derechos humanos y diversos hechos de violencia política en América Latina, al tiempo que evidencian las tensiones generadas por la discriminación y estigmatización
a la cual los hispanos son sometidos en Estados Unidos.
En Mission es posible encontrar recodos como la Calle Balmy Alley y sus alrededores, en donde está una de
las colecciones más concentradas de los murales de San
Francisco, caracterizada por trabajos que rememoran luchas sociales, memorias doloridas y airadas, memorias de
afirmación y búsqueda de reconocimiento social y cultural. También se encuentran edificios pertenecientes a
colectivos y ONG, cuyos miembros han hecho elaborados trabajos en sus fachadas, como el Women´s Building,
un centro para la atención a mujeres, con carácter multiétnico y multicultural, instituido en 1979, y en donde
el arte tiene un lugar central en los procesos organizativos. Alimentado por grupos feministas, el espacio quiso
brindar oportunidades de exhibición y difusión de trabajos de mujeres artistas (Fernández, 1999: 24-25). Cuenta actualmente con el apoyo financiero de más de 170
organizaciones. El edificio de dos pisos, situado en una
esquina de la Calle 18, número 8, captura la mirada del
transeúnte por la imponencia y majestuosidad de su fachada, pintada de manera refinada con escenas de grandes dimensiones que aluden a luchas sociales, a figuras
míticas, a memorias ancestrales que difunden imaginarios sobre la mujer de carácter emancipatorio. Veamos
una fotografía de parte de su fachada, en la cual se dan
lugar imágenes sobre la mujer en las que la afirmación y
el reconocimiento son la marca distintiva (figura 1).
El barrio Mission cuenta también con organizaciones
como Precita Eyes Mural Arts Center, situado en 348
Precita Avenue, que se propone el cuidado y mantenimiento del espacio público de la zona, promoviendo la
ejecución de proyectos muralísticos, así como la educación de las comunidades local e internacional, en torno
a la historia del arte mural y su legado cultural. La organización fue creada en 1977, en ésta se llevan a cabo
actividades y proyectos en los cuales se involucra tanto
MARTHA CECILIA HERRERA Y VLADIMIR OLAYA | CIUDADES TATUADAS: ARTE CALLEJERO, POLÍTICA Y MEMORIAS VISUALES
FIGURA 1. WOMEN´S BUILDING,
MISSION, SAN FRANCISCO (CA)
BARRIO
Fuente: Martha Cecilia Herrera
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a grupos escolares, como a colectivos de jóvenes y de
artistas para la ejecución de intervenciones urbanas, al
tiempo que se organizan visitas guiadas en las que se familiariza a los viajeros con los trabajos muralísticos de
la zona.
EL BULLIR DEL ARTE CALLEJERO
EN LA CANDELARIA, EN BOGOTÁ
Desde finales de la década del sesenta y comienzos de
la del setenta, Bogotá ha contado con una importante
presencia del grafiti, marcada en un comienzo por las
actuaciones de los movimientos estudiantiles y los grupos de izquierda, con un fuerte sello panfletario, para
pasar, posteriormente, a modalidades más figurativas
y a enunciar, de modo más reciente, un abanico más
amplio de tendencias culturales y posicionamientos políticos. “Bogotá, junto con Sao Pablo, lideraron el movimiento de grafiti de los años ochenta para América
Latina […] fue muy claro los vínculos que se dieron entre el grafiti y la expresión ciudadana especialmente en
el caso de Bogotá”, afirma el semiólogo Armando Silva
en el documental Memoria canalla (Bastardilla, 2009).
Por su parte, la cineasta Marta Rodríguez señala de
qué modo en este auge del grafiti en el país, “se expresó
la palabra libertad, se empezó un movimiento de transgresión, de romper con esa sociedad tradicional, católica, hipócrita, racista, colonialista y los jóvenes dijeron
no más, no más, y ahí nace el movimiento grafitero [...]
los muros se volvieron sitios de confrontación” (Bastardilla, 2009). De este modo, como lo afirma en el mismo
documental un joven grafitero, “en ese contexto de violencia política, el camino que queda es resistir desde lo
simbólico” (Bastardilla, 2009).
Uno de los lugares en los que el arte callejero ha dejado su impronta en Bogotá es el de la localidad de La
Candelaria, ubicada en el centro-oriente de la ciudad, la
cual adquiere una especial significación por su relación
con la historia de la fundación de la capital de Colombia, su pasado ligado a la historia de independencia y su
marcada referencia como espacio en el cual se sitúan
las más altas instituciones del poder. En este orden de
ideas, La Candelaria se caracteriza por una fuerte hibridación de historia, poder, exclusión, lo cual hace de
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la localidad un campo de luchas y tensiones por la configuración de capitales simbólicos que se instalan como
discursos que generan las posibilidades del ver. Por sus
calles circulan diariamente más de medio millón de personas, aunque allí sólo habita un número claramente
menor de ellas, debido a que en el lugar se concentran
varias universidades y entidades de carácter cultural y
político, así como por el peso simbólico que carga por
ser la cuna histórica de la ciudad, lo cual hace de ésta un
recorrido obligado para los viajeros.
Allí, los artistas callejeros se debaten entre respetar en
su intervención el significado histórico de su arquitectura y su preservación, con toda la carga simbólica que ello
implica, o visibilizar, por el contrario, a los nuevos habitantes de la urbe, creando con sus tatuajes nuevas cargas
simbólicas que albergan relatos y experiencias vividas en
la contemporaneidad y que sobrepasan, de lejos, la historia colonial y también republicana de la zona.
De manera general, en los grafitis que actualmente hacen su aparición en los muros de Bogotá y de La Candelaria, son portadores de diversas aristas estilísticas. Una
de éstas relacionada con la expresión ciudadana ante situaciones políticas, económicas y sociales. Este tipo de
grafitis se pueden entender más como la expresión de
un sentimiento a través de frases que irrumpen no sólo
en las paredes, sino que intentan ser un lugar de expresión ante un estado de cosas; es la aparición de una voz
que enfrenta y deja ver una posición, sobre todo ante situaciones políticas. En este sentido, muchas de este tipo
de expresiones se pueden ligar a una explicitación de la
protesta política. Otra clase de trabajos que se presentan y deambulan en las calles, tienen que ver con marcas
más figurativas, es decir, trabajos que por medio del uso
de elementos simbólicos, intentan llamar la atención
sobre identidades, marcas ideológicas, remembranzas,
pero, sobre todo, a partir de éstas se hace alusión a una
exaltación de lo político que supera el panfleto, que intenta develar una situación, de poner en escena una mirada otra sobre lo social, a través de un trabajo de tipo
alegórico, principalmente.
Transversal a este tipo de expresiones, se presentan
grafitis que constituyen propuestas estéticas ligadas a
movimientos culturales amplios como el del hip hop. De
hecho, este tipo de conexiones ha posibilitado que estas
MARTHA CECILIA HERRERA Y VLADIMIR OLAYA | CIUDADES TATUADAS: ARTE CALLEJERO, POLÍTICA Y MEMORIAS VISUALES
expresiones se integren a festivales y encuentros de carácter académico y cultural, apoyados por instituciones
gubernamentales como la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá, por medio de festivales
como los de Hip Hop al Parque. Esta institución, que si
bien ha apoyado el desarrollo este tipo de trabajos, crea
una serie de tensiones entre lo que de protesta y resistencia, ante el orden establecido, tiene el grafiti y el arte
callejero, y lo que significa participar en las dinámicas
de la institucionalidad oficial.
Sumado a esta variedad de estilos, emerge una variedad de grafitis que irrumpen en las calles a través de la
explosión del color, las figuras, las hibridaciones, con un
carácter más metafórico, en el que se ve un complejo
trabajo de creación, de elaboración y creatividad que
se instala, no sólo en el ejercicio del decir, sino en el
de ser un acto estético, como posibilidad de expresión,
no dejando por ello de ser un acto político. Pese a las
diferencias entre este tipo de expresiones, todas éstas
como parte de los muros de Bogotá y La Candelaria,
buscan un canal de expresión, de emergencia de un yo
presente, en una sociedad como la colombiana, con altos índices de represión, violencia y desconocimiento
de lo diferente.
Detengámonos, a continuación, en el siguiente apartado, en algunas de las imágenes que fueron rastreadas
en los sitios que hemos acabado de referir, en un ejercicio de enfocar la mirada a lo que se hace en estas tres
ciudades sobre arte callejero, para avizorar en éstas los
modos de configuración y agenciamiento de memorias.
IMÁGENES DEL ARTE CALLEJERO
COMO POLÍTICAS DE LA MEMORIA
Los artistas callejeros han visibilizado a través de sus
intervenciones en el espacio urbano, las luchas por la
memoria, disputando las posiciones hegemónicas que
pugnan por difundir imaginarios sobre la sociedad y sobre la ciudad como lugares ajenos al conflicto, a modo
de historias y memorias unitarias, sin quiebres, y solo
desde la lógica de los vencedores. En esta dirección, estas intervenciones se constituyen como prácticas de resistencia político-cultural que cuestionan los regímenes
de visibilidad estatuidos, al arrojar otras miradas sobre
ciertos hechos o hacer emerger lo innombrable, pasando a hacer parte del patrimonio del imaginario urbano,
alimentando y complejizando los reservorios de memoria social. Veamos algunas de sus expresiones y apuestas
en las ciudades abordadas, deteniéndonos, de manera
puntal, en tres de las imágenes rastreadas en el trabajo
de campo. Esto no pretende que aquéllas sinteticen las
características y particularidades de las intervenciones
que se hallan en estas ciudades, no obstante, ligan el extenso tejido significacional encontrado en muchas de las
configuraciones estéticas identificadas1.
Así, por ejemplo, la obra capturada por la fotografía
número dos, logra reunir en su composición muchos de
los elementos de la escena grafitera, relacionada con el
hip hop en Nueva York. Es contenedora de memorias
que hablan de la escena urbana, de la búsqueda de reconocimiento de los individuos y la permanente lucha
por sobrevivir en un espacio que en muchas ocasiones
los trata como los otros, en el sentido marginal del término. Por su parte, la fotografía número tres, tomada
en una de las calles de San Francisco, evidencia una temática que parece deambular en la piel y en los rostros
de los habitantes del barrio Mission: el desplazamiento.
La fotografía número 4 nos muestra una obra cincelada con variopintos colores en La Candelaria, en Bogotá, y evidencia una de las características de buena parte
de las intervenciones en la zona: su elaborada construcción, la fluidez de la que es poseedora y su entreverado
complejo significativo. Adentrémonos, pues, en éstas,
en lo que nos evocan, en las miradas que posibilitan, en
las memorias que ponen en circulación.
PRIMERA OBRA
La primera intervención se encuentra en Nueva York,
en el barrio latino de Harlem, en el espacio ya descrito:
Graffiti Hall of Fame (figura 2). El trabajo está diseñado a manera de galería, en cuyos muros se exponen
varios grafitis y otros elementos que los acompañan. Su
composición muestra la confluencia de figuras que aluden a los sujetos y sus formas de expresión en el entorno
urbano, en ésta se abre la mirada a los grafiteros y sus
obras distribuidas en varias salas, muchas de las cuales
sólo se insinúan a personas que recorren el lugar y las
contemplan, a tornamesas que instauran la presencia de
la música y a numerosos tags, las firmas características,
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FIGURA 2. HARLEM (NUEVA YORK),
JACKIE ROBINSON EDUCATIONAL COMPLEX
Fuente: Martha Cecilia Herrera
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identitarias, de los escritores de grafiti, que flotan en el
espacio y poseen grandes dimensiones, como para que
la vista no pueda hacer caso omiso de ellos.
Hacia el fondo puede leerse un letrero que dice: “The
Museum of the Graffiti Hall of Fame”, lo que construye
dentro del sitio un espacio dentro de otro, procediendo,
de este modo, a la institución del lugar, a través de figuras de la memoria que anhelan su permanencia bajo el
estatus de museo. El museo (callejero) se instituye así
como el salón de la fama, proponiendo la legitimación
de sus imágenes a través de otra acepción sobre el arte.
Un espacio que es la calle, el muro, y que contiene la
agencia de los individuos, convoca al reconocimiento de
ese otro que se encuentra en el trasegar de la urbe y al
que se le quieren mostrar sujetos con un trabajo específico: el grafiti, el arte callejero, trastocando la idea de
la galería tradicional, de muros cerrados, a la que sólo
unos cuantos logran tener acceso, ya sea como expositores o como espectadores.
La ubicación de esta obra dentro del espacio denominado Graffiti Hall of Fame, delata un diálogo con el
entorno en el cual está Nueva York, pues para nadie es
un secreto que los salones de la fama en Estados Unidos
son una suerte de espacios consagrados a la memoria
de famosos artistas, jugadores y actores, insertos en los
circuitos de la industria y el comercio de la cultura. En
este sentido, este es otro más de los salones de la fama,
con una particularidad: no moviliza grandes estructuras
para la elección de quienes allí se encuentran. El salón
de la fama de los grafiteros es una puesta en escena en
la calle de los artistas, es la memoria de la intervención
siendo una intervención en sí misma. De este modo, la
composición de la obra utiliza un lugar de la visibilidad
artística, reconocido institucionalmente como lente de
lo social, puesta a su servicio. Es, en mucho, intentar
entrar al juego que propone el espacio en el cual está
instalado este trabajo, debatiéndose entre la identidad
colectiva de una comunidad y la estructura social en el
que está inmerso.
En la captura hecha por la fotografía, la obra aparece
enmarcada en su parte superior por el muro del lugar
que, con sus ladrillos color marrón oscuro, enuncia la
continuidad entre el arte y la calle, la disolución del uno
en la otra, al tiempo que por encima de los dos emerge
la figura del metro, presencia significativa en la historia
de Nueva York, que con su trasegar permanente, por
encima de las paredes que rodean el Hall of Fame, pareciera dotar de constante movimiento a las imágenes
plasmadas por los escritores de grafiti en el lugar, complejizando las miradas de los urbanistas en torno a éstas.
No hay que olvidar que en el comienzo del grafiti en
Nueva York, los vagones de metro fueron uno de los
soportes privilegiados de los grafiteros, hasta que dicha
práctica fue prohibida y sancionada como ilegal por las
autoridades locales. Esta asociación, entre el grafiti y
el metro en esta ciudad, persiste todavía en el imaginario contemporáneo, y su recuerdo hace evocar, por
ejemplo, a Michel de Certeau, los vagones neoyorkinos como emblemáticos de lo que denomina las figuras caminantes, encarnadas por sujetos e imágenes, que
deambulan y dotan de múltiples sentidos a la ciudad.
Según el autor, estas figuras, a manera de árboles de
acciones:
[...] transforman la escena, pero no pueden quedar fijados por la imagen en un solo lugar. Si pese a todo
se necesitara una ilustración, serían las imágenes-tránsitos, caligrafías verde-amarillo y azul metálico, que
aúllan sin gritar y rayan el subsuelo de la ciudad, bordados de letras y cifras, acciones perfectas de violencias pintadas con aerosol, escrituras de Sivas, grafías
danzantes cuyo fragor de carros de metro acompaña
las fugitivas apariciones: los grafiti de Nueva York (De
Certau, 2000: 155).
En este orden de ideas, la obra se instituye un espacio de lo político, pues trasgrede e interviene, por una
parte, la forma en que se entiende la urbe, la manera
en que se comprende el orden social al insertarse en
la dinámica de la urbe, permitiendo la visibilidad de la
otredad, ésa que es ocultada y en muchos casos situada como perversa, peligrosa. Reconfigura este tipo de
construcciones el nombre de los otros, develando una
identidad, una forma de ser y, a su vez, posiciona un
estilo de vida que los hace emerger en la vida urbana.
Por otra parte, reconfigura un espacio, pues más allá de
estar ubicado en uno de los barrios signados por la pobreza, devela ese estar. Así, el transeúnte se ve convocado a mirar al otro, ya no sólo como habitante sino como
protagonista de una escena, de un espacio en el cual se
constituyen diferentes prácticas sociales. En este senti-
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do, el grafiti, la obra de arte callejero, se convierte en un
espacio de lo político, en la medida en que posibilita el
antagonismo, la subjetividad y la idea de un mundo social que insinúa otras formas de comprender los modos
de ser, estar y pensar.
Si bien, la obra no hace referencia a un evento dado en el
pasado, y mejor se instituye en una acción-proceso, es decir, se está dando, ésta es el resultado de lo que se ha sido, lo
que se ha construido y lo que se quiere ser. En este sentido,
es el resultado de una serie de memorias que han coadyuvado a definir lo que son los individuos. Por ello, quizás, las
firmas reubican a los sujetos a través de grafías sinuosas y
complejas, pero que revindican a los sujetos en medio de
ecologías violentas y conflictivas. Develan, al mismo tiempo, sus relaciones con lo musical, lo artístico y la forma en
que antaño han sido excluidos de la escena artística, pues al
develar el escenario de la fama, también están exponiendo
lo que ellos no han sido.
En este escenario, entonces, la memoria se conjuga
como contexto interpretativo del quiénes son y quiénes
han sido, y lo que pueden llegar a ser. Su memoria les
permite la configuración de su identidad, la cual es tatuada en las percepciones de los transeúntes, pues no se
trata tan sólo del decir a través de la obra, significa una
marca, una impronta, una penetración e inoculación en
la epidermis de los significados que pululan en el campo simbólico de la ciudad, marcando un territorio y haciendo emerger una comunidad.
SEGUNDA OBRA
La segunda obra (figura 3) está ubicada en el barrio Mission, en San Francisco. En ésta se encuentra una configuración de la memoria distinta a la propuesta por el
trabajo antes mencionado. Aquí la memoria hace presencia como agencia y como configuración política, es decir,
va más allá de la referencia, de la denuncia, para presentarse, sin rasgos de nostalgia, como una imagen que
carga lo vivido y lo sufrido. No intenta generarse como
panfleto, sino que estetiza la memoria y la hace presente
en las calles, provocando preguntas sobre el futuro de los
individuos que han vivido las situaciones allí relatadas.
Este trabajo muestra a una mujer en desplazamiento
que recorre una ruta y deja ver, detrás de ella, una serie
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de imágenes que rememoran lo dejado, los lugares de
los que se proviene, figurando, a través de paisajes coloridos, gente en sus labores, rostros que conforman una
montaña y plasman a su vez momentos dolorosos, de
desprendimiento, imágenes que como lugares simbólicos hablan de las formas de entender y comprender el
mundo en que se vive.
La mujer, con un rostro golpeado por el viento, lleva
en sus piernas a un pequeño que alude a un hijo, sin
embargo, más allá de querer representar este tipo de
relación, nos relata el movimiento, el desprendimiento
y lo que significa ser mujer. Difuminado y casi transparente sobre una colcha de retazos aparece la imagen de
un hombre, muy cercana a lo que parece ser una carta.
Estos dos elementos están estrechamente ligados, pues
el escrito, que puesto en la mano se convierte en una
puerta abierta a la intimidad, enuncia las palabras del
que está lejos y genera una resignificación del acontecimiento, ahora plasmado en un muro de la ciudad de
San Francisco, a manera de boomerang:
Mi amor: Espero que cuando recibas esta carta te encuentres muy bien junto a nuestro hijo. Todavía estoy
aquí en California trabajando. Yo sé que la vida allá es
muy dura, pero creo que es más difícil aquí por la distancia que nos separa. Los he extrañado mucho y ojalá
que podamos estar juntos de nuevo muy pronto. Con
mucho amor. Chepe (figura 3).
El sentido develado en la carta nos permite comprender que la imagen en la colcha de relatos es el
signo de la evocación del recuerdo, y que la mujer no
tiene claro un destino. Nos deja ver que lo existente
detrás de ésta, es al tiempo el bagaje con el que cuenta, y que la sitúa entre el estar y el devenir. La carta
nos cambia un poco la perspectiva desde la cual es mirado el inmigrante, pues coloca en escena la situación
no sólo del que se fue sino también del que se queda,
nombrando las violencias ciegas de las lógicas del capitalismo que desarraigan sin contemplación los lazos
sociales y afectivos de los individuos.
La carta, escrita en español, en medio de una cultura
para la cual ese idioma es subalterno, posibilita ver lo
sufrido, nos deja apreciar la individualidad marcada por
la lengua, y nos habla, paradójicamente, de lo que el
inmigrante, que se encuentra en California, ha dejado
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FIGURA 3. BARRIO MISSION,
SAN FRANCISCO (CA)
Fuente: Martha Cecilia Herrera
atrás, y las expectativas suscitadas en quienes dejó en
su lugar de origen. Nos permite entrar en el sentir del
otro, y entonces surge la pregunta acerca del destino
de la mujer y de quien le escribe la carta: ¿la búsqueda? Pregunta imposible de responder, pero la carta y las
imágenes que la acompañan evidencian lo que significa
la incertidumbre, el miedo, la soledad y la angustia, que
más allá de la enunciación, se presentan como fenómenos que condensan las memorias visuales sobre las vivencias de los sujetos.
Ahora bien, la obra aquí citada se puede leer como
una suerte de voz, de aquellos que no la tienen y la cual
se hace pública en el momento en que se inserta en el
paisaje urbano. La imagen que se detiene en las calles
de San Francisco modifica los regímenes de visibilidad
dados, pues propone otra mirada a la comprensión de lo
que es el inmigrante: lo coloca ya no como alguien que
ha venido a buscar fortuna, sino como un sujeto que tiene vida y recuerdos, que se ha marchado en medio de
un contexto violento y político que ha transformado las
maneras de sentir, ver y pensar de individuos particulares. La obra destila entonces una historia, unas acciones
que recayeron sobre el sujeto, y que le imposibilitan ser
lo que era. A diferencia del trabajo anteriormente observado, las construcciones identitarias no están dadas
en las firmas que inquietan sobre una visibilidad, sino
en la construcción de un relato que propone una reelaboración de sentido de lo que se es, y que coadyuva
a comprender la situación en la que se está en el momento presente, moldeando un nuevo orden de cosas,
interrumpiendo concepciones que sobre los colectivos
de inmigrantes se han construido. Así, la obra de arte
callejero propone al espectador la construcción de juicios que van dirigidos a situaciones particulares, que se
visibilizan en la escena urbana.
La obra, de esta forma, comunica una situación, y evidencia la manera como diversos eventos trasgreden y
modifican la individualidad, y se traduce en emociones
y sensaciones, que a su vez son resignificadas, convertidas en metáforas estéticas, las cuales son contenedoras
de memorias y temporalidades, de pasados, presentes y
futuros, posibilitando la construcción de un espacio político, si comprendemos éste como aquél que permite el
acercamiento a otras temporalidades, a otros relatos, e
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incide en la visibilidad de otras narrativas, pues el muro
ha dejado de ser sólo eso, para convertirse en un delator de la individualidad, de formas de ser y estar en un
contexto particular.
TERCERA OBRA
En Bogotá, muchos de los grafitis expuestos en la localidad de La Candelaria cobran múltiples y desiguales sentidos. Las imágenes remiten a otras, su presencia
se confunde, se entrelaza y, en ocasiones, es imposible
entender dónde termina una imagen e inicia la otra, su
especificidad tan sólo es posible en la diferenciación de
estilos, a partir de una observación perseverante. Quizás ello es muestra de lo que es el espacio en el cual
están ubicados los trabajos: nodo de múltiples interrelaciones, nido de fluidez de diversas cargas simbólicas
que oscilan entre imaginarios que evocan un lugar ligado al patrimonio histórico de la ciudad, con marcas de
fuerte sabor colonial, y la burbujeante presencia de artistas, viajeros, funcionarios públicos y estudiantes que
delinean en sus recorridos múltiples mapas y rostros de
la urbe, en los que se superponen otras temporalidades.
La obra seleccionada (figura 4) se distancia de las elegidas para Nueva York y San Francisco en varios aspectos.
La composición entrelaza distintas figuras y brinda más
ritmos y movimientos, en ésta los colores dejan de ser
uno de los componentes de la obra para ser el trazado de
ésta. Quizás por ello la obra logra ser autorreferencial,
remite a sí misma sin que exista una voz que la acompañe. El silencio, en la ausencia de las letras, compone una
intervención en la calle, en la racionalidad y la lógica del
sentido común. Es como si esta obra solicitara un momento para su apreciación, seguimiento y comprensión,
pues pareciera detener el tiempo del transeúnte, aunque
emerja en el mismo ritmo de la ciudad.
La intervención y trasgresión de lo político se da no sólo
en la fractura de los ritmos que componen los límites de
la calle, sino que recompone la pared desde su tesitura
—lo cual es ya una intervención—, es decir, aprovecha
el quiebre del ladrillo, las hendiduras del muro, lo escabroso del material en el que es elaborada, para convertir
la obra en la propia calle. Ésta visualiza la singularidad
como una presencia en la dimensión de lo social, en un
estilo que se sobrepone a lo corriente y hegemónico. La
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individualidad se materializa en un orden y secuencia
que es necesario descubrir lentamente, que se reescribe
en lo llamativo de los colores, en la figuras que traza, al
tiempo que la fuerza con la cual emerge imposibilita dejar de mirarla aunque sea con el rabillo del ojo.
En esta obra la mujer vuelve a ser un tema, lo cual
converge con el género de su autora, Bastardilla, quien
afirma que en sus obras le interesa tratar el tema de
la violencia pero “desde su antónimo que es el afecto”
(Drost, 2009). La figura de la mujer elaborada está reclinada sobre el asfalto, el cabello se desprende de su cabeza, y se forma al instante su rostro, el cual deja ver unos
ojos cerrados en un gesto aparente de tranquilidad. El
azul que la tiñe deja la sensación de algo que la traspasa,
los signos mutantes del agua y del aire; en cuanto al color
rosado, a través de líneas fuertes y gruesas, se refuerza la
sensación de movimiento y de ensoñación. A esta mujer
la va rodeando una suerte de aura de trazos sinuosos que
se enredan en otras formas que van conformando, en su
trayecto, un cuerpo poco habitual de mujer. Tal configuración nos deja ver un rostro más pequeño, éste sí con
los ojos abiertos, que reposa en el regazo de la imagen
femenina. Luego nada los separa, los cuerpos al parecer
están unidos en todos sus lugares. Aunque la silueta es
abultada, es imposible distinguir un cuerpo de otro. Los
cuerpos se van diluyendo en líneas de colores, en formas
ondulantes que van trazando una salida, un escape, un
camino que al final parece un río con un fuerte y denso
caudal del cual las figuras forman parte.
Esta mujer es un sentido y no una representación.
Está allí siendo, prolongándose, en una postura que es
íntima, pues el sueño y lo soñado nunca pueden ser vivencias compartidas. El acompañamiento de ese otro
nos sitúa en la relación madre e hijo, unidos en un solo
cuerpo. Vivencia que es develada para el otro, es hecha
presencia para que sea admirada y reconocida. Es la situación del ser mujer en sus múltiples dimensiones la
que quiere ser dicha. Así, devela el ser en el mundo, la
forma como se comprende la mujer en lo social: rítmica, sinuosa, entretejida, entregada y hecha en el otro y
para éste, a tal punto que se desboca, se difumina y deja
de ser. Es esta visibilidad la que construye la imagen, es
esta apuesta escénica la que edifica una memoria onírica que no intenta la construcción de un relato concreto, más bien, intenta hacer presente lo que somos y
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FIGURA 4. LOCALIDAD
LA CANDELARIA, BOGOTÁ
Fuente: www.bastardilla.org2.
visibilizar nuestras presencias agónicas, efímeras y emocionales en el mundo. Esas que muchas veces hemos olvidado, puesto que los regímenes visuales hegemónicos
se encargan de acallarlas, pues en éstas se enquistan las
claves que pueden permitir su trastocamiento.
De este modo, la obra se convierte en la visibilidad
de un acontecimiento, entendido éste como la relación
planteada entre un yo y un otro. Es la relación lo que
deja ver la obra en la que se destacan la visibilidad del sí
mismo, solo en la relación intersubjetiva, de la que hablara Bajtin; la evocación y la existencia de mundos posibles. Es el surgimiento del otro, como posibilidad, en
relación con el yo, lo que da la estructura del mundo de
la percepción, de la afección, del pensamiento.
La luminosidad de la relación, construida por la autora de la obra, trastoca ese mundo de la ciudad y de
los pasos del urbanita, del viajero, que en muchos casos
deambula en una surte de solipsismo, del sólo yo exis-
to, para decirle sobre la posibilidad de la afección, del
afecto sobre el cual estamos hechos. Enuncia, entonces, el trabajo de Bastardilla, que lo constituyente de los
seres humanos no es ni el otro ni el yo, sino la relación
planteada entre éstos, lo cual es una declaración ante los
mundos de vida contemporáneos que se sujetan a la individualización y la personalización, principios sobre los
cuales se sostienen los actuales tejidos sociales. Desde
esta perspectiva, esta construcción estética enuncia un
problema no sólo político, en cuanto dice de las formas
del mundo social, sino ontológico, pues habla de la forma en que somos, emanada de los recuerdos de lo que
hemos sido.
A MODO DE CONCLUSIONES PROVISORIAS:
LOS RUIDOS SECRETOS DEL ARTE CALLEJERO
El trabajo de arte callejero en torno al cual hemos abordado algunas de sus expresiones en el presente artículo,
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a través de grafitis y murales en las ciudades de Nueva
York, San Francisco y Bogotá, vehiculiza en sus intervenciones aspectos que transgreden las formas como se ha
comprendido lo político desde los regímenes de visibilidad hegemónicos. Uno de éstos tiene que ver con la
presencia de antagonismos y de agonismos que son instaurados en la escena pública (Mouffe, 2007b), por medio de imágenes construidas desde memorias que evocan
situaciones particulares, que no intentan, necesariamente, la configuración de un discurso que ordene lo social
como un todo, pero enuncian sentidos que conectan las
actuaciones de los sujetos con el tejido enmarañado de lo
social, iluminando las afectaciones sobre la subjetividad
que son producidas por acontecimientos en los cuales se
expresa la conflictividad de lo social.
La característica de estas elaboraciones estéticas es
la no intencionalidad de la referencia, sino la expresión del acontecimiento como lugar y participación en
la afección de lo social. Se podría, en estos términos,
definir las construcciones estéticas como una suerte de
políticas del acontecimiento. Lo anterior no indica un
olvido de las lógicas y estructuras sociales que instituyen lo individual, ni entiende al sujeto como un ente
que se constituye en sí mismo. Más bien, lo que evidencian las prácticas analizadas son las imbricadas relaciones en las que se tejen y destejen el mundo social, los
contextos locales y las configuraciones subjetivas, respecto a las cuales éstas pueden ayudar a arrojar luces
para su dilucidación.
El segundo elemento, a través del cual estas expresiones transgreden las formas de entender lo político, alude a la manera como se constituye la identidad. Ésta se
aleja, en muchas ocasiones, de los macrorrelatos, de los
preceptos ideológicos, o de las tradiciones ancestrales, y
está más cercana a comunidades de sentido que se instituyen en el momento presente. Lo que es visible y novedoso es la manera como dichas lecturas se hacen desde
lo que sucede en los individuos, desde sus aconteceres,
desde sus trasegares. Es la vivencia del ahora, leída y
sentida desde la evocación, lo que configura el acontecimiento expresado en el arte callejero. Es una presencia de la memoria como constituyente emocional y de
sentido que se materializa en la construcción estética. La
colectividad ya no se construye solamente por pasados
compartidos, sino por sentidos expresados a través de
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lenguajes que tienen su origen en la individualidad y van
hacia ésta. En esta perspectiva, lo cultural se vuelve una
madeja importante en el entramado que teje y desteje lo
político, en donde lo individual y lo colectivo hacen presencia con sus múltiples posibilidades.
La fugitiva presencia del arte callejero en las rutas y muros de nuestras ciudades transforma, por lo menos en dos
dimensiones, las maneras como entendemos y practicamos
lo social. La primera tiene que ver con lo que estos trabajos le agregan a la incertidumbre. Su instantánea presencia coadyuva a la imposibilidad de trazar elementos fijos,
pues estas expresiones frotan y tatúan las calles, quebrando
las rutinas, evidenciando una presencia, casi fantasmagórica, de un otro ausente, desconocido, que se devela ante
los transeúntes, los caminantes, que buscan en el curso de
sus recorridos horizontes de sentido, y algún tipo de seguridad en el caos de la urbe. Dicha presencia intensifica la
idea de un tiempo perdido, pues las imágenes tatuadas, por
lo menos en las calles de nuestras ciudades, son incapaces
de convertirse en la memoria fija sobre un lugar, y cuando
permanecen en el tiempo, trivializan la idea de estabilidad,
pues la degradación del color, el incesante gris que se va
plasmando en las figuras, vehiculan la idea de lo antiguo,
lo retrógrado y, entonces, las propias ciudades solicitan su
relevo, su muerte, su desaparición.
En segundo lugar, transversal a esta inmediatez de las expresiones estéticas del arte callejero, éstas colocan en vilo
la idea del individuo de la racionalidad instrumental, de ese
sujeto del capitalismo que se debate entre la experiencia de
la individualidad, la competencia y la eficiencia que comprueba y experimenta, que existe en tanto razón, puesto
que estas imágenes son provocadoras de sensaciones y conjeturas que dejan emerger una racionalidad otra, que surge
más desde lo visto y lo sentido; éstas colocan en el escenario
de lo público aquello que no es comprobable y en muchas
oportunidades comunicable, irrumpen en lo social más allá
de la representación, en la participación y en la afección,
generando memorias que se dicen desde la emocionalidad
y se proponen como formas del existir.
Estas expresiones desafían los modos de comprensión
convencionales en torno al arte, situándose como formas
híbridas surgidas, en la mayoría de los casos, en los márgenes y periferias urbanas, dando expresión a memorias
que pugnan por mostrar caras distintas a las del orden
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social establecido, e invitan a otros modos de ver, aunque
también corren el riesgo de ser institucionalizadas por
el mismo orden social que cuestionan, debido a la lógica
del capitalismo tardío que tiende a tornar la cultura en
mero espectáculo del entretenimiento (Brea, 1996: 19).
Empero, su apuesta se juega más en la primera de las
aristas, por lo que puede decirse que, de manera general,
“los aspectos literales y expresivos del grafiti se reúnen
en un complejo que siempre remite a una dimensión de
conflicto, de lucha o de rebeldía contra el orden urbano,
que va más allá de la literalidad de los mensajes o de la
aparente univocidad de la motivación de quien o quienes
los realizan” (Sandoval, 2002: 8).
El arte callejero, en este sentido, es una presencia que
permite el accionar político más allá del discurso ideo-
NOTAS
lógico, para expresarse en la propia intervención. Así,
lo político no se instituye solamente en lo que dice la
imagen, sino también, utilizando la expresión de Brea,
en el ruido secreto que ésta instaura como trazo de su
singularidad, en lo que logra en su efímera estancia en
las calles de la ciudad, tanto más fugaz en cuanto más
se cuestione el orden de lo establecido.
En esta medida, si situamos el arte callejero dentro de
una propuesta de arte crítico, se podría decir, con Nelly
Richard, que las miradas propuestas desde allí, “deberían impulsarnos a desorganizar los pactos de representación hegemónica que controlan el uso social de las
imágenes, sembrando la duda y la sospecha analíticas
en el interior de las reglas de visualidad que clasifican
objetos y sujetos” (2007: 104).
1 Las imágenes aquí referidas fueron escogidas basados en dos
criterios de selección: el primero de éstos tiene que ver con sus
características estilísticas. Cada una de las imágenes visibiliza
una configuración estética distinta de las otras, lo que le permite al lector entrever diferentes significaciones, formas de apropiación y resignificación. El segundo criterio está relacionado
con el tipo de memorias que las construcciones visibilizan, las
cuales difieren en sus contenidos y en sus intencionalidades.
2 Esta fotografía fue tomada de la página electrónica www.
bastardilla.org, y se acoge a las normas de licencia creative
commons (CC), recuperada en julio 22 de 2011.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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BAL, Michel, 2010, “Arte para lo político”, en: Estudios
Visuales, No. 7, Murcia, Cenpedac, pp. 39-66.
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CATALÁ, Josep, 2005, “Formas del inconsciente urbano”,
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en:
<http://www.corneta.org/no_135/graffiti_en_america_del_sur_algunos_ejemplos.html>, consultado en marzo
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